Günter Grass y los hilos del dolor

POR FRANCISCO S. CRUZ*
En “pelando la cebolla” la autobiografía de Günter Grass (Premio Nobel de literatura-1999) la dictadura hitleriana del fascismo y el horror de la guerra se confabulan en una suerte de atmósfera siniestra y asfixiante de un caos existencial. En sus paginas todo es dolor, o cuando no, mueca horrible de un mapa ensangrentado (la Europa de las dos Alemania) que se va configurando sobre escombros, cadáveres y campos de exterminios. Es el rostro de la guerra (la segunda Guerra Mundial 1939-1945). Grass, nos lo recrea a fuerza de dolor y ‘hambre’ (de arte).
Cuando el escritor alemán, puso a circular su obra autobiografíca el mundo entero centró  su atención (o sadismo) en su confesión de que había sido miembro de las Juventudes Hitlerianas, a los 17 años. Nadie reparó, en esta otra confesión-tragedia más lacerante y familiar: “durante los pocos años que le quedaron aún, mi madre no empezó siquiera una frase, ni dejó caer una palabra, de la que pudiera deducirse qué ocurrió en la tienda vaciada, abajo en el sótano  o en algún otro lugar del piso, dónde y cuántas veces fue violada por los soldados rusos. Y el hecho de que, para proteger a la hija, se hubiera ofrecido para sustituirla, sólo pude saberlo después de su muerte, en alusiones, por la hermana. Faltaban palabras”. ¡Que dolor!
Por ello toda guerra es una perversión y una catástrofe en donde el hombre se mutila o se niega emocional y racionalmente para hundirse en su estado salvaje y auto-devorarse y luego registrarla (la guerra) como hazaña épica en los libros de historia. En ese exorcismo-holocausto nos hemos debatido históricamente.
Y no es mentira, toda guerra (o dictadura) cuando termina se empecina en borrarlo todo. Nadie quiere fantasmas que les persigan ni que les hagan muecas (ese, probablemente, es el trauma que purga a la hija y a la nieta del sátrapa Trujillo). El mismo Günter Grass, artista y escultor de postguerra sintetiza esa lógica desde otra perspectiva (la de la reconstrucción material histórica-arquitectónica):  “Mas bien, había que eliminar los daños feos y persistentes de la guerra dentro de los parques municipales y, por consiguiente, en el Holfgarten”. O más descriptivo aún:
“Allí, donde figuras de arenisca habían sido decapitadas por la metralla o convertidas en inválidos mancos, aquí había que renovar la cabeza ausente de la diosa Diana, allá una cabeza de Medusa que faltaba, según modelos fotográficos o de yeso. Miembros perdidos y cabecitas de ángel partidos en dos necesitaban ser completados...”.
Pero..., ¿cómo reconstruir las vidas, los sueños y las esperanzas hechas trizas por la guerra? Eso no se recupera ni se cura. Eso sencillamente es el sello de cualquiera guerra o dictadura. Como también, este otro sello: “La delación era entonces corriente. Una indicación anónima bastaba. En aquellos años, alumnos de instituto fervorosamente creyentes habían enviado con harta frecuencia a sus profesores...”. Aquí Hitler, Trujillo y el Fascismo se pusieron de acuerdo. Porque, ¿cuántos no corrieron la misma suerte en nuestro país?

Finalmente, Günter Grass del horror y final de la guerra evoca esta imagen: “De esa época sólo ha quedado una foto. Representa a un joven, subido a una estructura de tubo de acero, que mira al mundo como si lo abarcara con la vista. Para identificarse profesionalmente, el zurdo sostiene como es debido el mazo de madera de los tallistas y en la otra mano el puntero”. Sin duda alguna, esa imagen de Grass es la de un joven artista que ha dejado, con el paso del tiempo, su impronta en la literatura universal. Pero la que la hija del dictador Trujillo (Angelita), nos quiere vender es la de un ángel (como padre y ciudadano) que no aparece ni en la historia ni en la mente mas retorcida. Y no hay forma ni libro que lo pueda negar: Trujillo fue un vulgar y siniestro asesino. Y esa es la única y fiel imagen que aflora cada vez que familiares y secuaces quieren reivindicarlo ante el país y las jóvenes generaciones. Por ello -y para el dictador Trujillo-, ¡El infierno será siempre su hoguera!

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